lunes, 12 de enero de 2009

1993 - Miserable Carnaval que nos da la vida

Los miserables. Fue un año imborrable, mi primer gran éxito, encontré trabajo y me compré un coche de segunda mano l El tipo se me ocurrió viendo un anuncio del musical sobre la obra de Víctor Hugo

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DICEN los que creen que el domingo es el día del señor y desde hace años, cuando llega el domingo, hago mi misa particular: bajo al quiosco y compro la prensa y, si puedo, paso toda la tarde leyendo y releyendo todo tipo de artículos. Precisamente eso estaba haciendo un domingo por la tarde cuando en una página de este rotativo vi el anuncio de un musical titulado 'Los miserables', una adaptación para el teatro de la obra de Víctor Hugo que ya se había estrenado en inglés y francés. El dibujo del cartel mostraba la desesperación y la vergüenza de los tiempos terribles en la cara de una niña. Se acabó la lectura. Llamé por teléfono a Ángel Zubiela y le dije que fuera preparando café porque tenía que hablar con él, de Carnaval. Media hora más tarde ya estábamos los dos dándole vueltas a una comparsa que con el mismo título del musical llevaría al Falla a los más desprotegidos, a los sin techo, a los que no tienen más que coplas para vivir. Y qué mejor para abrir esa caja de Pandora que un saco que contuviera todas las miserias de los gaditanos, ésos que cantan por no llorar todos los años por febrero. Tras un cuarto premio, la presión era menor y podíamos trabajar con el ánimo puesto en sorprender a propios y extraños. Ese año entró en nuestras filas un componente muy joven, Edu, hermano de Carli, que tenía más primeros premios que todos nosotros juntos de los años que llevaba saliendo en infantiles y juveniles e inmediatamente se hizo cargo del bombo y dejó que su hermano soltara lastre y se pusiera en la primera fila. El resto del grupo, el mismo, amigos para bien o para malý como decía la letra de los músicos callejeros.
Y otra vez de mudanza, otra vez con la casa a cuestas buscando un local de ensayo donde parir una comparsa. La fortuna y los contactos de Rafael Velázquez y Fernandi nos llevaron a la Zona Franca, a una nave inmensa donde entre otras dependencias había una que estaba completamente insonorizada, ¡Qué alegría! ¡Por fin teníamos un local enorme y limpio! Lo peor de todo era desplazarse hasta allí los días de lluvia pero suponía un bendito éxodo teniendo en cuenta los calvarios por los que ya habíamos pasado buscando sitios para ensayar. El primer día que entramos en el local descubrimos la presencia de un perro, un galgo famélico, que estaba, pobrecito, en los huesos, con una cara de resignación que lo decía todo. Estuvo con nosotros muy pocos días, lo suficiente como para darnos cuenta que también los animales sufren por culpa de sus miserables amos. Por entonces yo me había comprado una moto que bauticé con el nombre de Garibaldi, porque fue toda una revolución que mis padres dieran el sí quiero. Además, después de años intentándolo encontré trabajo en Chiclana de la Frontera, tierra que siempre me ha dado suerte. Juan Manuel Romero Bey, un chico que trabajaba en un rotativo de esa localidad y que desde entonces es mi hermano del alma, me llamó un día por teléfono para hacerme una entrevista de Carnaval, en un momento de la interviú le dije: "La verdad es que tiene que ser una suerte poder trabajar en algo que te guste, como tú" y ni corto ni perezoso habló con el director del periódico; días más tarde me hicieron una prueba y empecé mi carrera periodística. El primer día me dieron una libreta, un bolígrafo y una grabadora y me encomendaron la aterradora misión de preguntarle a los transeúntes todo tipo de cuestiones referentes a la ciudad. Días más tarde realicé mi primera entrevista a Felipe González en un congreso socialista que tuvo lugar en un colegio de Chiclana. Y como no hay dos sin tres, la tercera cuestión que cambió mi vida fue que ya con trabajo y algo de estabilidad mi novia y yo nos planteábamos buscar una casa y casarnos. Mi padre me ayudó a comprarme un coche de segunda mano, porque normalmente cuando acababa en el periódico ya se había ido el último Canario y tenía que hacer noche en casa de Juanma. Los mejores momentos de mi vida los pasé en casa de mi familia chiclanera. Cómo echo de menos esos almuerzos con las 'pesás' de Isabel y Angelines a mi lao. Un besito para papá y mamá.
El tipo de 'Los miserables' también fue obra de Ángel Zubiela, que contó una vez más con las prodigiosas manos de Chari Delgado. Yo seguía en mis trece de no hacerme el disfraz hasta que, bueno, me convencieron y dije que sí, lo que yo no sabía es que el mío iba a ser el único diferente a todos, vamos que no había tela para mí y el pantalón era de otro color, las cosas que pasan. Pisamos el Falla y hasta el último día el público estaba con nosotros. El respetable pedía un cambio y nosotros estábamos por la labor. La noche que cantamos el célebre pasodoble al Papa el Falla rugió; entonces fuimos conscientes de que ése podía ser nuestro año. Llegó la final y nos tocó cerrarla, algo que siempre me ha encantado. Recuerdo que en los momentos previos a la actuación un periodista se me acercó y me hizo un par de preguntas: "¿A qué le tiene miedo Martínez Ares?", yo le respondí: "A no llegar a fin de mes". El tipo me miró fijamente y lanzó la segunda y última bala: "Esto es para nosotros, que no lo voy a publicar, vamos, ¿no se te ocurrirá cantar el pasodoble del Papa, verdad?", y sentencié: "Por supuesto que no, por quién me tomas". Era muy tarde pero el público nos esperaba. Se abrieron las cortinas y todo el mundo despertó. Tras la presentación y el primer pasodoble interpretamos la segunda letra, 'Ha dicho el santo padreý' ¡Gran ovación! Yo en ese momento estaba como en una nube mirando a Jesús, otro de mis eternos inseparables, que lloraba de alegría. Teminó la actuación y nos fuimos a la puerta principal del Falla a esperar los premios. "En la ciudad de Cádizý ¡Callarse, joé!. Cuarto premioý 'La tuna del loco' ¡Chisss! Tercer premioý 'El Titiritero' ¡Bien! Segundo premioý El bacheý". Toda la plaza del Falla daba botes de alegría, habíamos ganado, después de diez años lo habíamos logrado. Mi novia y yo nos abrazamos, hay una foto de ello, perdón había una foto, se vendió sin escrúpulo alguno. Y lo mejor de todo la frase del Piru llorando: ¡El Edu, El Edu es el tulipán! ¡Él es el tulipán! Realmente lo que quería decir es que Edu, como había llegado el último, era nuestro talismán, nuestro ta-lis-mán, no tulipán.
Con nuestra alegría nos fuimos para El Puerto, donde nos llevamos el segundo. ¿Y eso? ¿Cuando no ganábamos en Cádiz nos premiaban y justo cuando ganamos, segundo que te crió? Cosas de la vida. Qué más da, si aquella fue la noche en que se hizo la mañana más bonita de nuestras vidas.

1992 - Muchos músicos y un único suspiro

Doremifasoleando. Coincidimos en tipo con Antonio Martín y sus 'Trotamúsicos' l Tres de nosotros estuvimos toda la noche en un escalón de la calle Isabel La Católica para inscribirnos primeros

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NUEVE años después de mi primer ensayo con los bandoleros de 'Requiebro' en la calle Belén, encontramos un local de ensayo en el barrio de La Viña, un bajo de la calle Trinidad. Aquello bien pudo ser un patio interior o un antiguo local o quizás una antigua barbería, porque tenía un antiquísimo sillón de barbero, al estilo del que utilizaba Charles Chaplin en 'El gran dictador' cuando volvió al gheto judío días antes de la noche de los cristales rotos. Tras el triunfo de 'Calabazas' todo parecía más fácil sin darnos cuenta que la presión del público, los seguidores, los fanáticos, que no fans, de otros grupos, y la responsabilidad aumentaba cada noche de ensayo. Lo que no cambió fue el grupo ni tampoco mi postura de no salir cantando ni de hacerme el disfraz, fuera el que fuera. Barajamos muchas ideas pero ninguna cuajaba y el tiempo se nos echaba encima. José Luis, cómo no, el gran pensador, el sensato, el psicólogo de la comparsa, me convenció para hacer una agrupación que representara una orquesta. Inmediatamente pensé en Mary Poppins, concretamente en una banda de músicos callejeros con colores sobrios y repletos de chapas metálicas que aparecía en la película, pero también aposté por hacerme el mudo y dejar que las ideas brotaran y que, sobre todo, Ángel Zubiela, tomara el mando del vestuario que confeccionó un año más Chari Delgado basándose en unas telas con tonalidades rosas en matices claros y oscuros. ¡Adiós, Mary Poppins!
Encontrar un nombre ideal fue también una ardua tarea que resolvimos cuando José Luis sentenció: "Vamos a inventarnos un verbo, doremifasolear, y lo suyo sería adoptar el gerundio como título". Muy original, sí señor. La gran odisea fue buscar los instrumentos más adecuados para una orquesta que no fue la única que salió ese año. No existe Carnaval sin tipos repetidos pero por entonces en la Fundación Gaditana del Carnaval las bases contemplaban que el primero que se registrara era el único que tenía la potestad de actuar en el Falla. La mala suerte quiso que en 1992 Antonio Martín con sus 'Trotamúsicos' y mi comparsa fueran casi dos gotas de agua.
¡Qué papeleta!, dos iguales para hoy y una norma estúpida de por medio, así que nada, tres de nosotros, incluido yo, hicimos noche en el portal de la Fundación, en la calle Isabel la Católica, para que la otra comparsa no nos pisara el tipo. Así fue, estuvimos toda la noche esperando con la inscripción a buen recaudo en una carpeta hasta que se abrieron las puertas del registro. La cara de los técnicos del Ayuntamiento cuando nos vieron allí era un poema pero nosotros queríamos ser y de hecho fuimos los primeros. Corrió un rumor de que algunos trotamúsicos nos vieron esa noche por allí, yo realmente no me lo creo. Lo que sí sucedió es que Antonio Martín, Ángel Zubiela y yo mantuvimos una reunión días posteriores con el entonces concejal de fiestas, Carlos María Mariscal, para solucionar la cuestión que, lógicamente no se solucionó, porque aunque eran tipos iguales "la filosofía y el concepto en sí no lo son", dijo alguien ese día, y se zanjó el tema.
Pues nada, había que seguir trabajando y nos enfrascamos en la compra de instrumentos, bombos pequeños que transportábamos en la espalda y que golpeábamos con una maza cogida en un antebrazo, bombos que también convertíamos en cajillas para marcar el ritmo de una canción de Paul Simon, platillos en los tobillos, armónica con soporte metálico en los hombros y diez guitarras hechas a medida en Algodonales, en la fábrica de Valeriano Bernal, lacadas en rosa y que nos costó cada una más de 60.000 pesetas, de las de antesý multipliquen pues. Por supuesto no nos quedó ni un céntimo para un forillo. Todos aprendieron algunos acordes de guitarra y después las guardaron de recuerdo. Esto que quede entre nosotros, alguno vendió esa obra de arte. Valeriano Bernal quedó tan contento con la factura y con la obra que fabricó una para su nieta.
Nos tocó cantar antes que a 'Los Trotamúsicos' y horas antes de la actuación compramos globos de colores que colocamos en los bombos, ¿por qué globos? porque me acordé que el día de la reunión con el concejal a la hora de ver los bocetos lo único que nos diferenciaba eran los globos, ellos lo llevaban, nosotros no, pero como la idea y el concepto eran los mismos, como dijo alguien, pensé que lo acertado era que ya puestos se parecieran del todo. La verdad es que la cara de los componentes de Antonio Martín cuando nos vieron entrar en el Falla con los globitos lo decía todo, menos bonito, de todo. 1992 fue además el año de la Exposición Universal en Sevilla y esta temática la repetimos casi todos los autores, el descubrimiento, Colón, Sevilla-Cádiz, etcétera. La comparsa, con la fama del concurso anterior, contaba entre las finalistas pero hubo que luchar hasta el último momento. José Luis Bustelo y Joaquín Quiñones llegaron ese año con muy buenos repertorios, 'Oye mi canto', con una línea muy fresca y enganchando a la primera con el público, harto de las historias de dos comparsas iguales y enfrentadas y Joaquín Quiñones con sus 'Suspiros de Cai' y un Ramoni pletórico que puso los cuatro días el teatro en pie cantando por alegrías como sólo sabe hacerlo él. Por cierto, Tojo, estés donde estés, te echamos mucho en falta. Nos tocó abrir la gran final y nos tocó bajar el escalafón, un cuarto premio que sonaba a "aprende la lección, chaval", y vamos si la aprendí.
Llegó la semana de Carnaval y el concurso en El Puerto de Santa María y pasó lo mismo que otros años. Nuestro abanico de contratos se abría progresivamente y prácticamente todos los fines de semana cantábamos por toda Andalucía. La comparsa dejó de ser un mero hobby y pasó a convertirse en un trabajo. El verbo doremifasolear me hizo hombre, me hizo madurar y comprender que las cosas se arreglan cantando y no en los despachos del Ayuntamiento. Si pudiera volver atrás te juro Antonio que quitaba los globos, pero cariño, es que éramos iguales. Míralo por el lado positivo, tú, aunque no ganaste, me venciste ese año, y, además, no tuviste que hacer noche en el escalón de la calle Isabel la Católica. Por cierto, felicidades por tus cuarenta años cantándole a Cádiz. Yo a lo máximo que he llegado es a cuarenta de fiebre.

1991 - Hombres de paja, teatro sin remiendos

Calabazas. El tipo se me ocurrió viendo un anuncio de televisión con un espantapájaros l No me quedan fotos porque alguien que luego fue miembro de la comparsa se las quedó y las vendió

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Frente al local de la calle Zaragoza había y sigue existiendo un bar pequeño por donde nos dejábamos caer antes y después de los ensayos. Una de esas tardes que perfilábamos el repertorio de 'Sonri-sillas', entre tapita y cerveza, eché un vistazo a la televisión de este establecimiento. Recuerdo que estaban martilleándome la cabeza los cientos de anuncios que ya por aquel entonces nos obligaban a ver, cuando entre col y colý un flash de un anuncio de noches temáticas en la segunda cadena, pero lo más espectacular era el personaje que lo anunciaba: un espantapájaros o mejor, un chico que hacía de espantapájaros, que disfrazaba una de sus piernas como la continuación del madero donde se apoyaba y mostraba otra falsa. Antes de ver el final ya lo había captado: "Cuando las dos piernas se muevan parecerá que está en el aire", me dije. Y así fue. El anuncio duraba lo que un suspiro. Si en ese momento no hubiera visto la televisión jamás hubiera salido de ese bar con la idea de hacer la comparsa 'Calabazas'. Después de un tipo tan vistoso como el de 'Sonri-sillas', Ángel quería rizar el rizo y sobrecargar de colores el vestuario de estos muñecos de paja. También en esta ocasión nuestra sastra fue Chari Delgado. Como bien habrán adivinado, yo no dije ni mú en lo referente a telas ni a diseño, es más ni siquiera me hice el tipo, pero sí me dediqué, además de la composición literaria y musical, a hacer cruces.
En un piso propiedad de una tía de Manuel Coronilla, en la calle Arbolí, en un tercero concretamente, ideamos, diseñamos, creamos y pintamos las cruces de la comparsa. Los encargados de esta parte tan poco gratificante fuimos casi exclusivamente Sema, Manuel Coronilla, Angelín, que volvió ese año a la comparsa y yo. No sé cuántas tardes pasamos en aquella casa ni cuántos cafés nos bebimos pero sí sé lo bien que lo pasamos en la cocina, fumando y tomando cafés, fumando y tomando cafés, y algún cubata, también, también.
El Carli recibió ese año una mala noticia: "Tu primo no sale, te ha tocado otra vez el bombo" y Juan Miguel Cortina relevó al 'Lobo' en la función de voz segunda. Una vez más decidí no salir en la comparsa, aunque de vez en cuando viajaba con ellos después del concurso y actuaba, ¡qué digo actuaba!, yo era el comodín, cuando no podía ir el Carli yo tocaba el bombo, cuando faltaba un guitarra yo lo suplía, cuando enfermaba un segunda yo iba en su lugarý menos la caja, siempre que me llamaban, ahí estaba el tío.
'Sonri-sillas' también dejó en la memoria un momento terrible. Hacía tiempo que había intimado con dos amigos que eran y siguen siendo para mí mucho más que eso, Cristóbal, componente de 'España la nueva' y 'Los soldaditos' y Paco Delfort, ese año voz segunda de la comparsa de Antonio Martín. Cuando acabó el Carnaval de 1990 Cristóbal cayó gravemente enfermo, tanto que una noche el médico habló con la familia y los más allegados y nos preparó para lo peor. "Las próximas cuarenta y ocho horas serán cruciales para su vida", dijo el de la bata blanca y de una manera u otra Paco, José Luis y yo no nos separamos de él, ¿te acuerdas de esas noches, Paco? Cristóbal ganó la primera batalla pero la guerra era muy muy larga y las expectativas, francamente, no presagiaban nada bueno. El coraje y las ganas de vivir lo resucitaron y pisó las tablas del Falla casi sano vestido de 'Ida y vuelta'. Hoy día sigue haciéndolo en su 'Mercado de las maravillas'. Qué mala experiencia o qué buena, según se mire.
Cuando ya nos habíamos acostumbrado a pasar las tardes noches con los invisibles de la calle Zaragoza nos anunciaron que comenzaban de inmediato las obras de rehabilitación del edificio. Aquello acabó con la tranquilidad de los tres años anteriores. Por cierto, compartíamos local con una orquesta que ensayaba en el patio, éramos unos okupas musicales en toda regla. Así que nos fuimos a un local pequeño pero cómodo en Puerto Chico. José Luis pensó que las típicas lámparas de papel de las habitaciones de los niños pequeños nos podrían servir para tapar nuestra cabezas dibujando en ellas la figura de una calabaza. Lo probamos. Quedaba formidable pero había un problema: no escuchábamos bien, así que reciclamos las cabezas pintadas de calabazas y las pusimos en la parte superior de los maderos. Paco Leal aprovechó el dibujo que hicimos en las lámparas y lo maquilló en los rostros de los componentes. La comparsa rebosaba colorido y alegría. La chaqueta del espantapájaros era una sucesión de remiendos y remiendos y remiendos, cada uno de un matiz. Por supuesto, clavamos el efecto bailarín de la pierna falsa que también hicimos nosotros y disfrazamos una como el soporte del madero, tal y como vi aquella tarde en la televisión.
Nuestra primera actuación fue extrañísima por culpa de los últimos retoques que nunca terminaban. Muchos miembros del grupo estuvieron más pendientes de que todo estuviera en su sitio y que nada se cayera que a la actuación en sí; aquellos espantapájaros perdieron kilos ese día, me consta. Pero lo más maravilloso de todo es que cantábamos otra vez en el Falla, en nuestra casa y además fuimos la primera comparsa adulta que pisaba el teatro una vez rehabilitado, era todo un honor. Una foto inmortalizó el momento en que Carlos Díaz, alcalde de Cádiz por aquel entonces, conversaba con nosotros en un camerino del Gran Teatro Falla. Lástima que esa y otras fotos se las quedara y las vendiera sin escrúpulo alguno uno que años más tarde fuera componente de algunas de mis comparsas. Ese fue el año que Antonio Martín puso en escena esa barbaridad de comparsa titulada 'Encajebolillos'. Lo difícil no era intentar ganarle, que más bien parecía imposible; lo difícil fue batallar con la mala experiencia del primer día e ir ganando puestos conforme fue avanzando el concurso hasta llegar a la gran final y conseguir el segundo premio, que nos supo a primero. Aquellos hombres de paja dibujaron en el madero otro primer premio en el concurso de El Puerto de Santa María y ya advertían de su peligro en la capital. Qué lastima, no tengo ni una foto de aquel año. A veces pasa que uno le da la mano a quien cree que es un amigo y éste se lleva el brazo y las tres piernas, incluida la falsa.

1990 - Dame una silla que yo haré el resto

Sonri-sillas. El de payaso era un tipo tan absurdo, tan explotado que quizá ahí se escondía el reto l La tela y el tipo causaron un rifirrafe entre Ángel y yo y no nos hablamos hasta el primer día del concurso

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Llegó el verano y con él nuestras interminables tardes en las olitas del Paseo Marítimo, frente al Canadá, donde éramos socios de honor. Todas las noches caían unas cuantas macetas de cerveza con sus correspondientes tarrinas de patatas con mayonesa. Los dos chicos del bar servían a los chavales, que éramos cientos, desde una ventana no pequeña sino ridícula. Años pasó ahí dentro esa pareja de camareros que nos adoptaron como si fuéramos de la familia. José Luis llegó una tarde al cuartel general de las olitas, desde donde veíamos los paseos de las niñas gaditanas con sus modelitos de verano, y me dijo: "Vente conmigo que tengo que hablarte de una cosa y de paso nos compramos un par de macetas de cerveza". Dicho y hecho, cruzamos la acera y ya con las consabidas prevenciones le escuché. "No me digas que no, tú escucha primero, y después, al final, dime qué piensas, pero no me digas nada y déjame hablar". Hay muy pocas personas que me conozcan realmente, tres si me apuran, y una de ellas es José Luis. Fue entonces cuando me lanzó el guante de sacar una comparsa con un tipo de payasos. Le dejé hablar y pronuncié un: "Lo pensaré". Ya en casa, fui madurando la idea y sí, podría ser, ¿por qué no? Era un tipo tan absurdo, entiéndanme, quise decir tan explotado, que quizás ahí se escondía el reto para el próximo concurso. Claro está, había que complicarlo porque de lo contrario sería un rotundo fracaso. Había que evitar crear el payaso de toda la vida y dar con un personaje entrañable y… al momento visualicé en mi mente al mítico payaso catalán Charlie Rivel y su inseparable silla. El concepto estaba claro: el Carnaval, el Falla, era nuestra carpa y el nombre tenía que hacer alusión a ese payaso en particular que daba tanta pena cuando nos reíamos de él, y de ahí nació el título 'Sonri-sillas'; pura metáfora, o al menos a mí me lo pareció. Lo del guión trajo cola, la gente decía ¿qué querrá decir? ¿qué querrá decir? ¡Por Dios, si era evidente!
Ese año el grupo cambió aunque ya se empezaba a formar una firme columna vertebral. Yo decidí no salir para dedicarle más tiempo a la comparsa y entraron tres guitarras nuevos, Sema, José Manuel y Antonio Jesús, un bombista, Santiago Pérez, primo del Carli, lo que ocasionó que éste dejara de ser esclavo del gordo instrumento y un tenor, Manuel Coronilla. El siguiente cambio fue la dirección del grupo que recayó en Ángel Zubiela, quien se lesionó en una pierna jugando al fútbol y estuvo a punto de salir escayolado en el Andalucía.
Mantuvimos el local de ensayo sin Mijita y con ruidos extraños en ocasiones; las noches de tormenta en esa casa eran dignas de Alejandro Amenábar. Tal como me prometí cambié mi manera de escribir, o mejor dicho, de expresarme y eso se lo dejé muy claro al grupo cuando llevé el primer pasodoble que empezaba con la frase: "Cádiz, la de alma de niña…" . El Chupa dejó la guitarra y pasó a ocupar un puesto en la primera fila como contralto y apoyando las voces de Pati y Fernandi; Carli, tímido donde los haya, poco a poco iba marcando su territorio con su particular timbre de voz. Ángel estaba muy agobiado por su lesión y yo me encargué de diseñar el tipo de la comparsa, realicé un boceto y compré, en principio, las telas de una chaqueta larguísima en color burdeos, si no recuerdo mal. Chari Delgado, hija del famoso chirigotero Eduardo Delgado, esposa de Carlos Brihuega y madre del Carli era nuestra sastra ¿se dice así, no? y empezó a trabajar en el tipo hasta que un día Ángel y otros componentes llegaron a su casa con otras telas, lo cual evidenció que la chaquetita burdeos me la iba a comer con patatas fritas. Aquello provocó un tremendo rifirafe entre Ángel y yo. Durante mucho tiempo ni nos hablamos, ensayábamos, pero no nos hablábamos, así hasta el primer día de concurso.
En el ánimo de todos planeaba la idea de montar una peña y después de muchas vueltas por el casco antiguo Rafael Velázquez encontró una a muy buen precio, de alquiler, claro. De todos modos la peña funcionó poco y mal, ni siquiera íbamos, siempre nos sobraba comida, nadie se quería hacer cargo de la barra y encima se nos inundó el local porque una noche se nos olvidó cerrar la llave de paso y de paso el grifo, una ruina, vamos. Así y todo, esa peña que estaba ubicada al lado del colegio San Felipe Neri nos sirvió para vestirnos los días de concurso. Yo seguía mudo con Ángel y me dio por disfrazar el bombo, me acuerdo que cuando me vieron coger una caja y tomarle medidas al instrumento le dijeron a Ángel. "¿qué está haciendo el loco éste?" y él contestó "dejadlo, lo mismo así se le pasa el mosqueo". Terminé la obra y se la coloqué al bombo, el resultado fue un bombo cuadrado. Estoy convencido que a nadie le gustaba aquello pero me dieron cuartelillo como diciendo: "Venga va, ya pasó, te dejamos que saques un bombo cuadrado". 'Sonri-sillas' no llegó a la final pero fue, sin duda, la agrupación que mejores recuerdos nos dejó a todos. Al término de la primera actuación, componentes de 'Los soldaditos', que ese año salían con 'De ida y vuelta' nos felicitaron y nos dijeron que nos habíamos adelantado a nuestro tiempo. ¡Sí, me había quitado la espinita gatuna del año anterior! Ese fue mi mejor premio. La presentación impactó más que nunca, los pasodobles convencían más que siempre, los cuplés empezaban a tener gracia y daban paso a un estribillo romántico y surrealista y el popurrí era alocado, divertido, triste, dinámico, con coreografía diseñada para bailar de un lado a otro las sillas que transportábamos en la espalda como si fuera una mochila. Como broche final el popurrí estallaba con la mítica canción Video killed the radio star, que grabara el grupo británico The Buggles en 1981.
Otra cosa, en la chaqueta, no la burdeos, la azul, a la altura del corazón llevábamos la típica flor de payaso que lanzaba agua. ¡Pero había más! Dejadas de caer en las orejas ocultábamos dos pequeños tubos que también salpicaban agua cuando queríamos aparentar que estábamos llorando, además de un reloj precioso y enorme y unos zapatones maravillosos. Todo eso nos los hizo Ángel, no el Zubiela, otro, un sibarita de la decoración y el buen gusto. En la espalda, además de la silla, había un laberinto de tubos que terminaban en dos perillas que accionábamos con las manos, la derecha era para el agua del corazón, la de la izquierda para los ojos. Y otra vez para El Puerto de Santa María, y otra vez el primer premio, qué pesadez. El verano fue muy intenso y compartíamos función con todos los grandes grupos del momento. Poco a poco nos hacíamos un hueco en la fiesta gaditana pero lo importante es que nosotros éramos felices, muy felices, lo que no fuimos muchos años después.

1989 - Los que le pusieron el cascabel al gato

Con uñas y dientes. Ese año escuché 'Soldaditos' y me dije que en la próxima contienda cambiaría por completo mi forma de escribir l La idea del tipo me la dio la portada de un disco de Tino Casal

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LA movida madrileña disparó nuestra manera de entender y ver la vida. Nosotros crecimos desayunando los sábados con La bola de cristal y merendando con aquellos grupos que empezaban a ponerle música a la transición española. Qué razón tenía el crítico musical Diego Manrique cuando en un artículo señaló que "no fue la más grande ocasión que vieron los siglos pero casi, casi".
En el primer coche, de segunda mano, claro está, que se compró José Luis, una chatarrita azul, escuchábamos hasta la saciedad a Mecano, Alaska, Danza invisible, Los burros, Los rápidos, El último de la fila, Toreros muertos, Gabinete Caligari, Radio futura, Tequila, Rubí y cómo no, a Tino Casal. 'Con uñas y dientes' nació justo cuando cayó en mis manos la portada de un disco de este músico asturiano que comenzó su carrera con Los zafiros negros y que vio truncada su vida en un accidente de tráfico, como tantos otros compañeros, en 1991. Era evidente que le gustaba llamar la atención y su excentricidad se palpaba en su vestuario y en su poderosa garganta. Estos criterios me bastaron para experimentar más que para crear una comparsa que quería volver a romper los estereotipos gaditanos. Ese año volvieron al redil Angelín y el Noso, repitieron experiencia Mariano Varela, Juan José El Lobo y entraron en nuestras filas un jovencísimo Juan José Araúz, El chupa, a la guitarra y Francisco Villanego, como cajilla.
Se nos quitó el miedo del cuerpo, aunque sabíamos que no estábamos solos, y ocupamos una habitación del primer piso de la finca de la calle Zaragoza. Ese año se nos cruzó en nuestras vidas un gato negro ¿o era gata? que encontramos en la calle y que había recibido una paliza; uno de sus ojos estaba casi cerrado. Mi novia y yo lo cuidamos y lo llevamos a vivir al local de ensayo. Le pusimos de nombre Mijita y era otro gato más en la agrupación. Se perdía por la casa y cuando le venía en gana aparecía por la habitación, se sentaba en una silla, nos miraba y se echaba a dormir, quizás era un mensaje subliminal gatuno que en el fondo quería decir: "chavales, como que no". El Piru le llevaba todas las noches un poco de pescado del freidor y nunca le faltaba la leche ni el agua.
Insonorizamos la habitación con corcho, cartones de huevo, planchas de poliuretano, de todo, y nos quedó como una burbuja de las de estudio de grabación. Tengo que decir que siempre trabajábamos los mismos para disfrute de todos, pero eso ocurre hasta en las mejores familias.
El pasodoble era clásico y muy corto, creo que el más corto de todos los que hice, y el cuplé de los más originales, musicalmente hablando. Con el popurrí tuvimos serios problemas, de hecho el primer día que cantamos en el Falla nos pasamos de tiempo tres pueblos, no cinco segundos ni diez, no, no, como más de un minuto. Eso nos obligó a modificarlo y ya no era lo mismo. Al final del popurrí improvisábamos una fiesta en el callejón de los gatos con una canción de Gabinete Caligari, concretamente 'Tócala Uli', yo aporreaba un xilófono; para no equivocarme le quité al xilófono las láminas que no tenía que usar y me quedé con las que sí. Ni eso nos salvó del cajón.
Mijita, como ya he dicho, era un gato negro, y aunque yo no soy supersticioso, muchos de los míos le echaron las culpas la noche que casi no llegamos a cantar en el Teatro Andalucía, que el Falla estaba cerrado por reformas. Nuestra primera actuación estuvo a punto de no producirse porque una agrupación anterior no se presentó y eso alteró el orden del concurso y nuestras prisas. Paco Leal nos maquilló en una casa al lado de donde vivía Rafael Velázquez, cerca del Falla. Paco nos retocaba por el camino, mientras nosotros corríamos como posesos para poder cantar en el Andalucía. Llegamos cansados y justísimos, tan a lo justo que no pasamos ni por los camerinos que se habían habilitado en la Torre Tavira. Aviso para navegantes: buscaros siempre pero siempre un local cerquita del teatro, por si las moscas.
Pero ese año ocurrió otro suceso que para mi vida carnavalesca fue determinante. Ocurrió una noche que me fui más temprano que de costumbre del ensayo para ver la actuación de la comparsa 'Los soldaditos' y fue durante la misma cuando refrendé la teoría de que mi comparsa era eso, un experimento. Aquellos soldados terminaron de cantar y yo me levanté de la butaca para aplaudir como un loco, ese final de popurrí era lo mejor que había escuchado en años. Salí del teatro y busqué a la comparsa para felicitarlos por la actuación. Uno por uno les di la mano, era mi manera de decirles: gracias. Al día siguiente, en mi ensayo, tuvimos un pequeño debate porque algunos de mis componentes no entendieron mi comportamiento. Eso, desgraciadamente, sigue y seguirá pasando porque los carnavaleros entienden de lucha con los demás pero no de abrazos y felicitaciones con otros que no sean de su clan, ¿o no? Ellos llegaron a la final y nosotros nos conformamos con la fidelidad de los que nos seguían, que eran muchos más que antes, sin embargo yo tenía claro que para la próxima contienda iba a cambiar por completo mi manera de escribir y de contar las cosas, tenía que adelantarme a mi tiempo como José Luis Bustelo y Paco Villegas habían hecho aquel año.
Una noche me olvidé de cerrar la puerta del local y Mijita se escapó. Nunca más volvimos a ver a ese gato ¿o era gata? que terminó por llevarse lo que quedaba de esa agrupación tan excéntrica como la portada del disco de Tino Casal. Y como no podía ser menos también participamos en el concurso del El Puerto de Santa María y también conseguimos el primer premio. El hermano de El Chupa, Ezequiel Aráuz compuso ese año la comparsa 'Donde Dios duerme', pues bien, una noche en El Puerto, su hermano terminó de cantar con nosotros y sin decir ni mú corrió todo lo que pudo y más al camerino. Minutos más tarde salió El chupa vestido de la comparsa de su hermano y cantó con él sin que nadie se diera cuenta, y es que la familia hay que cuidarla, abajo y arriba del escenario. De todos modos, lo único que lamento de aquel año es no haber cerrado bien la puerta de la casa donde todas las noches me esperaba mi gato ¿o era gata?